El fascismo y la crisis del sistema capitalista

Es un hecho objetivo que las formaciones políticas abiertamente fascistas están ganando terreno en el continente europeo. En Reino Unido, a Boris Johnson lo ha sustituido Elisabeth Truss, la cual ha sido comparada en numerosas ocasiones con Margaret Thatcher; en Francia, la fascista Marine Le Pen cuenta con cada vez más apoyos y no se ha coronado aún como presidenta porque la estrategia de la izquierda francesa, ante su completa bancarrota organizativa e ideológica, fue aunar votos en torno a Emmanuel Macron como “mal menor”; en otros países, como Polonia, Hungría, Turquía o Ucrania, el fascismo campa completamente a sus anchas; en España, la burguesía monopolista que controla hoy día el Estado es descendiente directa de la élite franquista, la cual tiene un andamiaje político sólido con sus marionetas del PSOE-PP, junto con Vox para derechizar aún más el tablero político cuando sea necesario; y el último episodio se ha dado en Italia, donde Georgia Meloni, heredera ideológica del MSI que se formó en 1946 por seguidores de Mussolini, se ha hecho con la victoria en unas elecciones marcadas por un histórico 36% de abstención.

 

No es casualidad que esta fascistización de la política se produzca en este contexto histórico. El modo de producción capitalista se encuentra completamente atravesado por una profunda crisis económica a nivel global desde que se produjo el crack financiero de 2008. Fue a partir de la crisis de octubre de 2008 cuando la caída de inversión de Lehman Brothers Holdings y la tormenta financiera posterior puso en jaque a la economía capitalista a nivel mundial y provocó, en el Estado español, un estallido de la burbuja inmobiliaria que arrastró a gran parte del proletariado a una situación de pauperización y miseria enormes. Es entonces cuando se observa que existe un agotamiento de la reproducción ampliada de capital. Para superar dicha crisis, la burguesía monopolista desplegó un ataque sin presentes contra la clase obrera, en forma de desempleo forzoso, políticas de austeridad, precariedad laboral, pérdida de derechos previamente conquistados, represión, guerra imperialista, socialización de deuda pública, crisis climática y violencia extrema. Todo ello, dispuesto desde los organismos burgueses de gobernación supranacional; la Unión Europea, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, la llamada Troika. El estallido de la crisis de 2008 significó para la burguesía desposeer por todos los medios posibles al proletariado, desplegando nuevas estrategias de acumulación capitalista que se siguen llevando a cabo como, por ejemplo, con los precios abusivos de los alquileres y la privatización de la vivienda misma; la oleada de desahucios que se están produciendo diariamente desde hace más de una década es una muestra innegable de este proceso – según datos de la PAH, desde 2008 hasta 2020 se produjeron en el Estado español 1.002.000 desahucios, lo que implica un desahucio cada 12 minutos. A estos habría que sumar los 41.359 que se realizaron en 2021, es decir, una media de 110 desahucios diarios.

 

Es entonces cuando se produce la nueva juventud del fascismo, patrocinado y financiado por la misma burguesía al objeto de alienar al proletariado y evitar que éste tome conciencia de clase para sí en un momento de crisis extrema y que cumpla con su misión histórica como sujeto revolucionario, es decir, acabar con el sistema capitalista e imponer de manera revolucionaria el socialismo y la dictadura del proletariado. El fascismo, como nos enseñó el camarada Gueorgui Dimitrov «no es un fenómeno local, temporal o transitorio, sino que representa un sistema de dominación de clase de la burguesía capitalista y su dictadura en la época del imperialismo y de la revolución social», es decir, del periodo establecido tras la victoria de la gloriosa Revolución Bolchevique y el final de la I Guerra Mundial. Por tanto, el fascismo representa la última fase de la dictadura de la burguesía y se encuentra enraizado como un elemento indisoluble de la superestructura ideológica capitalista; un peligro permanente y creciente mientras exista el modo de producción capitalista y la propiedad privada de los medios de producción que solo podrá ser eliminado de la faz de la tierra mediante la dictadura del proletariado. Como bien sabemos, como ya sucedió en su época con Hitler, Mussolini, Franco y demás, y sucede hoy día con Le Pen, Meloni o Ayuso, es sencillo observar que no cuestionan un ápice del modo de producción capitalista, aunque el fascismo del siglo XX adquiriera del socialismo cierta retórica obrerista y el actual enmascare sus objetivos hablando contra “el globalismo”. No tienen otro fin que consolidar la dictadura de la burguesía, nunca destruirla, sosteniendo un régimen de explotación obrera y dominio del capital basado en la propiedad privada de los medios de producción y en el sometimiento extremo de las amplias masas proletarias que son obligadas a vender su fuerza de trabajo para poder subsistir.

 

Por otra parte, tanto el fascismo como la guerra imperialista y la economía de guerra que nos quieren imponer se encuentran estrechamente ligadas con las contradicciones económicas del sistema, son un producto del capitalismo monopolista. Bajo la dominación burguesa, el fascismo se demuestra como un fenómeno universal que no atiende a una particularidad histórica o psicológica de tal o cual nación, sino que forma parte de la esencia de los países imperialistas y que se expresa hoy de manera completamente abierta al ser la expresión de una grave crisis económica y de legitimidad social del sistema. El fascismo es, en estos momentos históricos, el giro de tuerca en cuanto a la fuerza y violencia con la que se produce la reproducción del capital en favor del capital monopolista, mientras que la máscara de la democracia burguesa, que no existe, es solo una mentira que utiliza la burguesía para suavizar periódicamente las contradicciones con ciertas reformas sociales.

 

Los comunistas, a la vista de los acontecimientos históricos que están sucediendo, debemos rechazar tajantemente los análisis de los politicuchos socialdemócratas y sus medios de comunicación afines que se aferran a la legalidad burguesa a cualquier precio. La represión y la miseria de la burguesía monopolista no dejará de crecer a nivel internacional, al objeto de evitar la lucha del proletariado contra el sistema en un momento de absoluta bancarrota política, económica y social del modo de producción capitalista. El fascismo es el poder del propio capital financiero en la actual fase de crisis general del capitalismo y no es el grado de violencia lo que lo determina sino un corpus ideológico determinado – como es el anticomunismo, el repudio al humanismo, el revisionismo histórico, el nacionalismo burgués, el racismo exacerbado, el machismo, la negación de la lucha de clases como motor de la historia, el chovinismo, la guerra imperialista, etc., –  y la democracia burguesa, tal y como señala Lenin, fenece cuando se produce un cambio en la estructura económica como consecuencia de la desaparición de la libre competencia y la prevalencia del monopolio y del imperialismo, siendo su progresivo desarrollo lo que conduce a la reacción extrema, al fascismo, en la época de crisis general del capitalismo.

 

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